Sorry

Era una noche oscura y fría, más fría de lo que había imaginado. Estaba a punto de dejar atrás todo lo que conocía: mi casa, mi gente, mi Cuba. Mi corazón latía rápido, pero sabía que debía hacerlo, que no había vuelta atrás. Era el momento de partir.

El mar estaba en calma, pero el miedo era inevitable. Estábamos en un bote pequeño, rodeados de desconocidos, cada uno con su propio sueño de un futuro mejor. No hablábamos mucho, solo mirábamos al horizonte, cada uno en sus pensamientos. Las luces de Cuba se iban desvaneciendo, y yo me aferraba a la esperanza de que al otro lado del mar habría una vida diferente.

Las horas pasaron lentas, las olas golpeaban el bote, y la ansiedad me devoraba. Pero en el fondo sabía que no importaba lo difícil que fuera; no podía dar marcha atrás. Mi mente estaba puesta en llegar, en cruzar ese mar que nos separaba del futuro.

Finalmente, las primeras luces de la costa americana aparecieron en el horizonte. Fue un suspiro de alivio, un sentimiento de que lo había logrado. Al pisar tierra, sentí que no solo llegaba a un nuevo país, sino a una nueva oportunidad. Todo lo que había dejado atrás me hizo ser más fuerte para lo que estaba por venir.