Sacrificios entre lágrimas y risas.
By Sofia | From : Nicaragua | School : Mariner High School
Spanish Draft: Sacrificios entre lágrimas y risas.
Para empezar esta historia, quiero que la audiencia sepa qué significa la palabra “sacrificio.” Esta palabra puede tener muchos significados, por ejemplo: acto religioso, como una ofrenda hecha a una divinidad; renuncia voluntaria, cuando alguien abandona algo valioso por un objetivo mayor o por otros; esfuerzo extremo, que implica mucho trabajo y sufrimiento; o incluso la muerte de un ser vivo por motivos específicos. Sin embargo, para mí, sacrificio tiene un significado mucho más profundo…
Todo empezó cuando era pequeña, una niña soñadora que siempre imaginaba su vida en Estados Unidos, aunque nunca supe cómo ese sueño empezaría a hacerse realidad. Crecí en una familia con padres luchadores y hermanos que nunca me dejaron sola. Cuando tenía cuatro años, mi hermano del medio, Johnny Gómez, tomó el gran paso de irse de Nicaragua a los 16 años para construir su camino en Estados Unidos y alcanzar sus metas. Yo era muy pequeña y no entendía del todo lo que pasaba en casa, pero recuerdo que, cuando él se fue, ya no iba al parque, no tenía a quién molestar y dejé de ver a sus amistades con las que me llevaba muy bien. Así continué en casa con mi hermano mayor y mis padres, pero como nos llevamos muchos años de diferencia, él ya no tenía tanto tiempo para mí.
Años después, una mañana de domingo, me pregunté dónde estaba mi papá. Mi mamá me respondió con tranquilidad: “Hoy es domingo, anda en el mercado comprando las frutas.” Con esas palabras me quedé tranquila, pensando que volvería en unas tres horas, sin saber que el día anterior había sido la última vez que lo vería en tres años. Mi papá, Octavio Gómez, tuvo que migrar a Estados Unidos para asegurar un mejor futuro para nuestra familia. En ese entonces, la familia Gómez Zapata tenía muchas deudas pendientes, incluyendo el pago de la casa y la colegiatura de mi escuela, por lo que la única opción viable fue que mi papá se fuera del país. De repente, en una casa tan grande, solo quedábamos mi mamá, mi hermano mayor y yo.
Era un fin de semana del año 2016, y todos estábamos en casa, incluyendo la pareja de mi hermano y su hija. Era un día soleado, y mi mamá, convencida de que no llovería, decidió lavar la ropa y tenderla en el patio. Mientras esperaba que se secara, subió a ducharse. Yo estaba en el primer piso jugando con mi iPad cuando, de repente, comenzó a llover. Como era muy baja de estatura, solo pude recoger algunas prendas, pero para el resto necesitaba ayuda. Llamé a mi mamá, pero ella estaba en la ducha, y la única otra persona que podía ayudarme era la mamá de mi sobrina, que en ese momento dormía a la bebé.
Días antes, mi mamá había retirado el antideslizante de los escalones. Al escucharme pedir ayuda, salió del baño todavía enjabonada, se puso una toalla y sus sandalias, y bajó corriendo. Pero, al estar mojada, resbaló y cayó por diez escalones, fracturándose la columna. Yo, aterrada, solo escuchaba sus gritos de dolor y no sabía qué hacer. Desesperada, le pregunté: “¿Qué hago?” Y ella, con dificultad, me respondió: “Llama a la chama.” La chama, una amiga del vecindario, se hizo cargo de la situación, y casi una hora después llegó la ambulancia para llevar a mi mamá al hospital. Allí le diagnosticaron tres hernias en la columna a causa del golpe.
Desde ese momento, mi vecina, mi hermano mayor y mi tía Elizabeth Zapata se hicieron cargo de mí. La chama, que en paz descanse, nos llevó comida todos los días mientras mi mamá no podía moverse. Mi tía, cuando podía, me despertaba temprano para que tomara el transporte a la escuela, y mi hermano siempre estaba ahí para cuidarme. Sin embargo, lo que más me afectaba era no tener el cuidado de mi mamá. Pero no me quedé de brazos cruzados: me hice cargo de las cosas que ella necesitaba. Aprendí a cocinar, la ayudaba a levantarse, le llevaba agua y hasta puse una camita al lado de la suya para cuidarla. Desde ese momento, Sofía Marcelly Gómez Zapata cambió su mentalidad y se convirtió en una persona más independiente.
Después de todo eso, llegó el 2017. Mi papá regresó a principios de noviembre, y yo era la niña más feliz del mundo. Sin embargo, al poco tiempo me di cuenta de que la situación económica era difícil. Con mi papá de vuelta, ya no recibíamos el mismo dinero de antes, y las deudas volvieron a acumularse. Después de muchas frustraciones y entrevistas, encontró trabajo y mejoró la economía del hogar. Pero Octavio no se conformó con eso y, entre 2020 y 2021, emprendió su propio negocio. Las cosas mejoraron considerablemente, y hasta tuvimos la bendición de que nos cancelaran por completo la deuda de la casa.
En un abrir y cerrar de ojos, ya era 2023. Para ese año, yo ya sabía conducir y entendía mejor la vida. Todo parecía ir bien hasta que volvieron los problemas políticos en Nicaragua. La Universidad Centroamericana (UCA) fue cerrada por el régimen Ortega-Murillo, afectando a estudiantes, profesores y sacerdotes, ya que era una institución jesuita. Mi colegio también formaba parte de la comunidad jesuita, y eso preocupó a muchos padres, que comenzaron a sacar a sus hijos. Algunos, con buen estatus económico, los enviaron a colegios bilingües, mientras que otros, con el corazón roto, emigraron a otros países.
En mi familia, empezamos a buscar un plan B. Primero, intentamos cambiarme a una escuela bilingüe, pero mis padres sabían que eso significaría un gran sacrificio económico. A pesar de que yo estaba ilusionada, entendía que eso podría llevarnos nuevamente a una situación de deudas. Fue entonces cuando tomé la decisión más difícil de mi vida: irme a Estados Unidos a terminar la secundaria, para luego luchar por una universidad con becas. Aunque a mis padres les dolió, me apoyaron.
Me fui de Nicaragua sin despedirme de amigos ni familiares, porque mi mamá pensó que así sería menos doloroso. En un abrir y cerrar de ojos, ya estaba al otro lado del mundo. No era mi primera vez en Estados Unidos, pero sí la primera en la que me sentí completamente sola. Llegué a casa de mis tíos Francis y Rolando, con quienes no tenía mucha interacción, y aunque me ayudaron con todo lo necesario, no podía evitar sentirme extraña. Al principio, todo fue color de rosa; en la escuela sorprendía a la gente porque entendía algo de inglés. Pero, con el tiempo, me sentí sola. Extrañaba a mis padres, mis amigos se distanciaron y ver sus fotos felices en redes sociales solo aumentaba mi tristeza.
Muchas noches llamaba a mi mamá, y aunque a veces le mentía para no preocuparla, ella sabía que me sentía perdida. Me preguntaba: “¿Qué te dice tu corazón? ¿Qué quieres para tu futuro?” En mis peores momentos, incluso me dijo: “Si estás sufriendo tanto, mejor regresa.” Pero yo sabía que volver significaba rendirme, no solo por mí, sino por el futuro de mi familia. Me levanté y seguí adelante.
Siete meses después, aprendí a lidiar con la soledad y a encontrar fortaleza en mis experiencias en Nicaragua, confiando en que algún día volveré a disfrutar como antes. En este camino, me he enfrentado con bloqueos emocionales, frustraciones al no poder pronunciar bien una palabra en inglés y el miedo al fracaso. Pero quiero decirles a quienes se identifican con mi historia que no tengan miedo de hablar inglés, que no tengan pena al cometer errores. Nadie nace sabiendo; todos pasamos por dificultades, pero los latinos somos luchadores y con la mano de Dios, todo es posible.
Muchas gracias por tomarte el tiempo de leer mi historia. Espero que inspire a quienes, como yo, están enfrentando el desafío de empezar de nuevo.
Con mucho amor,
Sofía,
De Nicaragua para el mundo.